Si tu mente logra ver más allá de un montón de actores y actrices estadounidenses (y un británico) utilizando terribles acentos para intentar imitar a gente italiana, posiblemente puedas encontrar entretenimiento en “La Casa Gucci”, segunda e inferior película de Ridley Scott en este 2021.

Basada en el libro “The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed” de Sara Gay Forden, la película sigue la historia de romance, traición y crimen entre Maurizio Gucci (Adam Driver), heredero de la legendaria marca italiana de moda, y Patrizia Reggiani (Lady Gaga).

Ridley Scott (“El último duelo”) jamás esconde sus pretensiones de hacer de éste un espectáculo extravagante. “La Casa Gucci” es un filme bombástico con tintes de telenovela y la suficiente energía para generar buenas dosis de diversión. Un popurrí de canciones disco acompañan a un elenco de estrellas trabajando con el volumen a 100 sin importar que eso signifique constantemente olvidarse de su torpe acento italiano; Jeremy Irons ni siquiera intenta disfrazar su acento inglés. Este despilfarro actoral es coherente con el contexto exagerado de un filme sobre personas que siempre querían más, pero también llega a convertirse en un exceso y una distracción. 

A pesar de los giros y el humor, es muy difícil meterse en la película porque las desmesuradas caracterizaciones rompen con todo realismo. En ningún momento ves a personas reales, sino a gente disfrazada para ejecutar un sketch cómico. Esto podría funcionar al 100% si Scott se hubiera inclinado totalmente hacia la sátira, pero al entretejer escenas ancladas en realidad, produce un caótico desvarío tonal que sólo es exacerbado por una edición carente de ritmo.

Lady Gaga hace un buen trabajo en el rol protagónico. La energía que imprime al personaje de Patrizia le permite sobrellevar la fachada casi unidimensional de villana manipuladora impuesta por el guion de Becky Johnston y Roberto Bentivegna. Su interpretación, coqueta y amenazante, parece moldeada a partir de descripciones de Patrizia en periódicos amarillistas y programas de chismes; la actuación funciona gracias a la presencia hipnótica. las miradas de láser y el compromiso de Gaga. Los espectaculares vestuarios también ayudan.

Entre arrogancia, su típica explosividad y un tremendo timing cómico, Al Pacino (en el papel de Aldo Gucci) es el mejor elemento del elenco, tanto así que la película sufre cuando no lo vemos en pantalla. Bajita la mano, Jack Huston roba pantalla como el enigmático y mesurado Domenico De Sole; curiosamente a él le benefició ignorar el acento italiano y mejor dedicarse a hacer lo suyo. Pero no podemos alabar a todos los integrantes de este elenco.

No contento con regalarnos una de las peores actuaciones del año en “The Little Things”, Jared Leto se hunde a nuevos mínimos interpretando, bajo una enorme y descarada plasta de maquillaje, a Paolo Gucci, el miembro “estúpido” de la familia. “La Casa Gucci” no es una película de sutilezas, es más bien una representación del modelo Hollywoodense go big or go home, en donde las interpretaciones espectaculares e irreales son recompensadas por encima de la autenticidad y el matiz. Y lo que está haciendo Jared Leto debería de estar funcionando bajo este contexto, pero los niveles de exageración de este hombre rayan en lo ridículo, constantemente distrayendo y fracasando en crear algún tipo de conexión emocional hacia sus acciones. Pareciera que las inspiraciones de Leto para el papel fueron Mario Bros y el chef de Los Simpsons porque el hombre es una completa caricatura, limitando en el racismo, del estereotipo italiano. 

Todos los personajes principales de “La Casa Gucci” están diseñados para irritar porque estamos hablando de una familia elitista y arrogante bañada en lujos, pero hay grandes diferencias con todos ellos y el Paolo de Leto. Por ejemplo, Patrizia es una mujer ambiciosa, agresiva y conflictiva; definitivamente no es un personaje con el que puedas empatizar, pero con un buen balance de intensidad y tacto, Lady Gaga te alienta a querer verla, a querer ver si obtiene su merecido, cómo reaccionaría ante una situación, o cómo empujará los botones de las personas a su alrededor. Pero Jared Leto es como un tío estadounidense borracho que estruendosamente intenta imitar a un italiano a partir de un par de sketches de Saturday Night Live que alguna vez vio, pero es tan irritante que termina alejando a toda la familia y eventualmente se orina encima hasta quedarse dormido en el pasto. Leto no es Gucci. No es elegante y no es gracioso. No te alienta a seguir viendo la película, te alienta a salirte de la sala.

Apoyado por una gran actuación de Adam Driver (“Annette”), el elemento más fuerte de “La Casas Gucci” es el desarrollo del arco de Maurizio. El hombre comienza como un heredero precavido; comprende las tentaciones que el nombre Gucci conlleva y prefiere forjar su propio camino, mismo en donde encuentra enorme alegría. Pero el poder convierte a este muchacho callado y sensible en un negociante curtido y cínico que aliena a todes a su alrededor. En el tercer acto, habiendo ya renunciado al poder, elige no un Lamborghini o un Ferrari, sino una bicicleta para recorrer las calles. Sonríe y goza del paseo. Volver, aunque sea con un detalle tan pequeño, a la sencillez que había perdido con la lluvia de dinero, parece remitirlo a tiempos más tranquilos y alegres.

“La Casa Gucci” es un peculiar experimento cinematográfico sobre gente horrible hundiéndose en miseria emocional con cada centavo adicional que acumulan. Tiene seriedad, romance, bufones, sexo caricaturesco y mucha pomposidad. No te culpo si lo odias o lo amas. Es como un chiste muy largo contado por una persona ebria; al final, no sabes si deberías reírte por su humor inherente o gritar en exasperación por el incompetente trastabilleo de su relatador.

“La Casa Gucci” ya se encuentra disponible en cines. Foto de portada cortesía de Universal Pictures México.