Representando a Canadá en los premios Oscar 2022, “Drunken Birds” de Ivan Grbovic es una cinta errática que se pierde entre sus distintas temáticas y uso de realismo mágico.
Jorge Antonio Guerrero (“Roma”) protagoniza como Willy, un joven que escapa de México tras enamorarse de la novia de su jefe narcotraficante y llega a una granja de lechugas en Canadá; a pesar de sus labores, no deja de buscar a su enamorada. Es aquí donde, de manera refrescante, Grbovic nos cambia el guion para explorar las dinámicas de la familia canadiense operando dicha granja: Julie (Hélène Florent) no parece estar feliz con su matrimonio y la llegada de Willy despierta recuerdos de un antiguo romance con un trabajador.
El tema que destaca en “Drunken Birds” es el de la posesión en relación a la mano de obra. A pesar de la humanidad mostrada por Willy, sus jefes solo lo ven como un pedazo de carne y tanto Julie como su hija lo terminan utilizando para protegerse: una para intentar desahogar su profunda infelicidad y otra para cubrir su pellejo. A través de la exploración del trato a empleados, Grbovic ofrece una perspectiva distinta a la Canadá que tanto se idealiza.
Desafortunadamente, “Drunken Birds” es un viaje propositivo pero mal ejecutado. La mezcolanza de crítica social y romance se pierde en la utilización de estereotipos, el débil tejido de sus abundantes subtramas y personajes desarrollados a medias; uno de ellos solo existe para provocar un irritante conflicto insertado con calzador. La fotografía de Sara Mishara es bonita, de eso no hay duda, pero hasta ahí llega: su utilización es plástica y todas esas tomas que parecen pintura solo existen para llenar el ojo. Algo similar ocurre con la implementación de realismo mágico. Todos estos elementos generan un fuerte desapego emocional hacia las ocurrencias del filme.
“Drunken Birds” formó parte del Festival Internacional de Cine de Los Cabos 2021.