Dos de los monstruos más populares y explotados del cine comercial, Godzilla y King Kong, se enfrentan en este evento cinematográfico el cual forma parte del llamado MonsterVerse (integrado por “Godzilla” de 2014, “Kong: La Isla Calavera” de 2017 y “Godzilla II: El Rey de los Monstruos” de 2019). Este es uno de esos productos que aporta poco en cuanto a discursos, pero muchísimo en cuanto a estilo visual y por supuesto, entretenimiento.
La trama es sencilla: los humanos son atacados por Godzilla sin razón aparente y deciden utilizar a Kong, a quien tienen en cautiverio, para llegar a un lugar llamado “la tierra hueca” y despertar una energía desconocida, pero poderosa para enfrentar al dinosaurio y de paso a otros monstruos sueltos.
El elemento antagónico, una empresa de tecnología llamada Apex Industries liderada por Walter Simmons (Demián Bichir), sostiene tesis que muchos subgéneros de la ciencia ficción, tales como el cyberpunk o el de desastres, han puesto sobre la mesa: el humano, carcomido por el egoísmo, la ambición y el poder, se limita a sobreexplotar la tecnología y la naturaleza, causando su propia destrucción. Ese discurso no es nuevo, pero converge adecuadamente con el armado de la historia y, si lo queremos ver de una forma desmesurada, con el acontecer actual.

Kaylee Hottle le da vida a Jia, una niña sordomuda quien mantiene una amistad con Kong pudiéndose comunicar con él a partir de la emoción y el lenguaje de señas. Esto no es un aspecto menor, puesto que la relación y el cómo está construida dotan de visibilidad e importancia a la comunidad sordomuda. Es primordial que en productos de gran escala se comiencen a ver este tipo de personajes y narrativas, pues la idealización de lo perfecto, lo bueno y lo malo, ha generado terribles consecuencias a nivel social. Estos detalles, los cuales se potencializan por la masificación de su ubicación, hacen la diferencia.
Otro de los puntos interesantes es el retrato del talento mexicano involucrado: Eiza González (“I Care a Lot”) y el mencionado Demián Bichir (“Land”). El director Adam Wingard no les coloca a sus personajes el zarape o los viste de mariachis, es más, ni siquiera les pone nacionalidad, simplemente les brinda características en función de la trama. No hay prejuicio o atentado al origen.
Por otro lado, el filme abusa de recursos narrativos para salir bien librado de situaciones exacerbadas e incongruentes, sin embargo, como espectador se sabe que este género de películas se da permisos para romper cualquier intento de “realidad”. Además, todo se compensa por lo que ofrece y lo que cumple: una batalla colosal de efectos visuales, grandes dimensiones, colores brillantes, empatía con los personajes ficticios y sí, un ganador.

No hay por qué ponerse exquisitos al ver u opinar acerca de este estilo de películas, porque funcionan, gustan y se disfrutan. Con estos productos, la conversación surge antes y continúa después de proyectados. Provocan la inmersión y la distracción total de personas que pagan su boleto o le dan “play” para desconectarse del estrés de la realidad. Claro, muchas de estas cintas, de ahí la dura crítica, decepcionan en todos los niveles, pero al menos ésta, junto con muchas del subgénero de superhéroes, logra sus más grandes objetivos: gustar, emocionar, entretener, y claro, vender.
“Godzilla vs. Kong” es un evento porque no sólo se gestiona dentro de la sala de cine o, próximamente, en la sala de casa, sino en muchos más espacios como redes sociales o conversaciones privadas. Es un espectáculo para todo el que posee alma de niño o se quiere divertir. Es la película a la que los cines le han puesto toda su fe y esperanza para reactivar sus ingresos, ¿lo será?
“Godzilla vs. Kong” ya está disponible en cines mexicanos.