¿La saga de Transformers extraña a Michael Bay? Sin lugar a dudas, durante cinco películas de la franquicia el cineasta logró impregnar su estilo visual y musical, no obstante, su constante talón de Aquiles fue el armado narrativo y el desarrollo de sus personajes. Las cosas han cambiado un poco desde que Paramount Pictures decidió explorar el pasado de la saga y estrenar precuelas como Bumblebee y ahora Transformers: El despertar de las bestias, dirigida por Steven Caple Jr., filme que hace gala de portentosos efectos visuales y fortalece la relación entre los humanos y los Transformers de un forma genuina, además de preparar el camino para un interesante crossover con otros personajes de Hasbro.
El planeta habitado por Maximals, seres robóticos descendientes de los Autobots, es atacado por un Decepticon llamado Scourge (Peter Dinklage), con la intención de recuperar la Transwarp, una llave capaz de abrir portales en el espacio-tiempo y que así su líder Unicron (Colman Domingo) pueda destruir a su antojo cualquier planeta. Los Maximals logran huir con la llave y terminan escondidos en la Tierra.
Han pasado 7 años desde que Bumblebee instaló una base Autobot en la Tierra. Es 1994 y el exmilitar Noah Diaz (Anthony Ramos) busca a como dé lugar generar dinero para pagar el tratamiento de su hermano, es por eso que como última alternativa decide robar un Porsche abandonado, que para su sorpresa es un Autobot llamado Mirage (Pete Davidson). Mientras tanto en otro lado de la ciudad, la pasante de un museo, Elena Wallace (Dominique Fishback), se interesa por una estatua desconocida que en su interior tiene una mitad de la llave Transwarp, la cual es detectada por Optimus Prime (Peter Cullen), quien llama a todos los Autobots, incluido Mirage (con Noah dentro), sin embargo, la energía de la llave también atrae a Scourge y su séquito. Las dos facciones emprenden una lucha a muerte por la llave, pero falta una mitad que solo los Maximals saben dónde está.
Existe un dejo de excentricismo en esta franquicia debido a la utilización de miles de efectos visuales de notable calidad que de nuevo están presentes en esta séptima cinta. El equipo de artistas visuales logra crear una fusión armónica entre lo generado por computadora, es decir, lo ficticio, con los entornos naturales de las locaciones ubicadas en Canadá y Perú. Si bien, es notoria la pantalla de color en planos enfocados a los humanos, este reproche no es suficiente para sacar al espectador de la experiencia fílmica. Otro de los puntos a reconocer es el detallado diseño de los Autobots, Decepticons y Maximals, pues todos gozan de personalidades imponentes y transformaciones vistosas en los momentos de mayor dramatismo y acción.
Uno de los mayores desaciertos de los anteriores productos fílmicos de la marca habían sido relacionados a la inoperancia y poco aporte de los personajes humanos en este mundo de robots. Bumblebee reestructuró la psicología y personalidad de los humanos, haciéndolos más empáticos y quitándoles lo detestable para fortalecer la relación con los Autobots a través de vínculos afectivos genuinos y divertidos. Transformers: El despertar de las bestias continúa con esta premisa al plantear dos personajes de carne y hueso como Noah Diaz y Elena Wallace, brillantemente interpretados por Anthony Ramos (En el barrio) y Dominique Fishback (Proyecto Power) respectivamente, y los encauza sentimental y moralmente con los seres de fierro. Esta efectiva relación provoca que los humanos tengan una razón de ser dentro del universo y no solo sean figuras aisladas que funcionen más afuera (a nivel promocional) que dentro de la película.
Así como Michael Bay le impregnó su estilo visual (con planos holandeses, cámaras lentas y cambios en el aspect radio), musical (rolas inclinadas al rock y metal) y propagandístico (con lo militar por delante) a las películas que dirigió, estas nuevas entregas les ha dado la oportunidad a otros cineastas de refrescar el concepto y mantenerlo vigente. Steven Caple Jr. (Creed II: Defendiendo el legado) le da un nuevo sentido a las escenas de combate al acompañarlas de un soundtrack dirigido hacia el hip-hop y el rap, el cual también va acorde al origen brooklynite del protagonista. Por otro lado, Enrique Chediak, quien previamente fotografió Bumblebee, evita la saturación de color y le da un toque más orgánico y realista a cada una de sus imágenes con apoyo de los espacios naturales.
La historia es más recatada y concisa, pues no se necesita ser un seguidor de la saga fílmica o de los productos animados para seguirle el hilo y comprender el relato o los conceptos, pero hay un severo problema con la complejidad de sus eventos y batallas, que si bien son apreciables y muy divertidas, rompen con la convención establecida durante otras cinco películas, al menos las ubicadas en el futuro. ¿Cómo es posible que Optimus Prime y su equipo eviten una invasión de Decepticons, la cual abrió un portal en el cielo y destruyó parte del hemisferio? y ¿cómo es que en las secuelas apenas y pueden vencer a Megatron, una amenaza no tan significativa si se compara con Scourge y Unicron?; o qué tal que los Autobots pueden brindarles artilugios a los humanos para su defensa, pero ¿por qué no pasó eso con Sam Witwicky? Al menos muchas heridas se hubiera evitado. Esto indica que la franquicia se ha dirigido a partir de la improvisación y en esta cinta existe la esperanza de que las piezas tomen su lugar, pero en el proceso y en la gestión de más adiciones, inevitablemente se rompen las convenciones del universo.
Más allá de pasar por alto algunas convenciones de la saga, Transformers: El despertar de las bestias es una divertida experiencia visual, que se complementa con una historia efectiva a nivel sentimental por la relación entre Autobots y humanos. Ojalá que el futuro de la franquicia sea igual de emocionante e interesante como el final de esta película.
“Transformers: El despertar de las bestias” ya está disponible en cines.
Imagen de portada cortesía de Paramount Pictures.