El western es un género que por mucho tiempo glorificó no solo actitudes violentas, sino también matanzas terribles en nombre del supuesto honor y aventura. Recientemente, ha habido cineastas que han utilizado el género para subvertirlo y dar un discurso interesante sobre los principios dañinos que defendía, como Jane Campion con The Power of the Dog hace algunos años. Ahora es el turno del director chileno Felipe Gálvez Haberle con su brutal e impecable ópera prima, Los colonos.
Esta película cuenta la historia de un grupo conformado por el soldado británico Alexander MacLennan (Mark Stanley), un mercenario estadounidense (Benjamin Westfall) y un trabajador mestizo con muy buena puntería (Camilo Arancibia), quienes son enviados por el terrateniente José Menéndez (Alfredo Castro) para exterminar a la población indigena en Tierra del Fuego.
Gálvez brillantemente utiliza los tropos glorificados por el western para señalar y denunciar una gran atrocidad cometida en el territorio chileno. A una escala épica y sin nunca romper la estructura clásica del género, el director despoja al vaquero tradicional de su aura heroica al dejar al descubierto lo violento y atroz de sus acciones.
Un buen ejemplo de esto es una secuencia donde el grupo se encuentra con unos soldados argentinos: de repente se ponen a competir por quién es el más fuerte y macho. Con música juguetona los hombres ven quién dispara con mayor precisión, hacen fuercitas y boxean. Sin embargo, en un punto los golpes dejan de ser divertidos, la música cesa y la ira desenfrenada da paso a golpes y sangre. Esto es una constante en la película: la construcción artificial de epicidad para luego ser quebrada por la crudeza.
La violencia, aunque es brutal, nunca es gratuita. La historia quiere que nos quede clara la dimensión de lo ocurrido, pero no se regodea en la miseria: se deja a cuadro lo justo y necesario para llegar al punto. Esto es aún más evidente por la forma respetuosa y bastante inteligente en cómo la película decide manejar el tercer acto.
El apartado técnico es igual de impecable. La fotografía a gran formato de Simone D’Arcangelo captura la grandeza del territorio y el aura mística asociada con este tipo de historias (una secuencia de acción violenta en medio de la niebla es bastante efectiva en ser impresionante y aterradora a la vez). La música de Harry Allouche también nos transporta a este mundo de incertidumbre y violencia: es atractiva pero también incómoda, extraña, no épica del todo pero tampoco trágica.
Debido a las condiciones de grabación, todo el sonido (incluyendo las voces) se agregaron en postproducción. Esto ayuda mucho a la artificialidad que envuelve el trabajo, la cual sirve para recordarnos cómo la historia oficial (la que ha negado por tanto tiempo estas matanzas) es también una construcción.
Los colonos es un trabajo hecho con mucho cuidado y dedicación que usa las herramientas propagandísticas de un sistema genocida en su propia contra. Su denuncia es contada a una escala grande y envolvente, hecha para sumergir a su audiencia. Es durísima de ver, pero aquellos que se sumen al viaje encontrarán en ella un trabajo muy valioso, tanto a nivel técnico como discursivo.
“Los colonos” formó parte del Festival Internacional de Cine de Morelia y es la selección de Chile al Oscar a Mejor Película Internacional 2024.