Alguna vez leí, no recuerdo dónde, que muchos hombres homosexuales vivían una segunda adolescencia en su adultez: debido al miedo de salir del clóset hasta llegados los 20, o incluso más tarde, viven las relaciones afectivas y románticas por primera vez en sus 30, tras años de cerrarse emocionalmente para ocultar su orientación sexual. No sé si esa afirmación sea cierta para todos, pero ciertamente es algo con lo que me identifico, y que se ve en la nueva película del director Andrew Haigh, Todos somos extraños (o All of Us Strangers).
Adam (Andrew Scott) es un guionista homosexual que vive solo en un departamento en Londres y tiene dificultades para escribir un guion basado en su niñez. Un día visita su casa de la infancia y para su sorpresa se encuentra con sus padres (Claire Foy y Jamie Bell), que fallecieron cuando él era un adolescente, ambos de la edad que tenían antes de morir. Al mismo tiempo, conoce a otro chico en su edificio, Harry (Paul Mescal): un hombre extrovertido y más joven, al que inicialmente le cierra la puerta en la cara, pero de quien poco a poco se empieza a enamorar.
Haigh ya ha tratado las complicaciones de las relaciones homosexuales en Weekend y la serie Looking, así como la añoranza de aquello que no fue en 45 Years. En Todos somos extraños combina todos estos temas para crear una historia que no se mueve tanto por la lógica, sino por el poder de las emociones y la nostalgia, pero no por los recuerdos, sino por aquellas experiencias que nunca se cumplieron.
Las conversaciones con los padres son las escenas que mejor expresan esto: ¿se trata de fantasmas o de un sueño? ¿Lo que vemos realmente ocurre o es el guion del protagonista cobrando vida en su cabeza? La edición mantiene un ritmo intencionalmente caótico que no nos permite tener una respuesta clara a estas preguntas, más bien nos invita a dejarnos llevar por los sentimientos del personaje: las transiciones dejan la puerta abierta a que el espectador decida qué es real y qué no. Esta decisión se le va un poco de las manos a Haigh en el tercer acto, ya que la confusión se vuelve tal (sobre todo en un montaje de fiesta) que distrae un poco del tema central, pero en general mantiene un foco importante en la transformación y catarsis del personaje principal.
Esto es complementado por las muy buenas actuaciones de su elenco. Andrew Scott (Catherine Called Birdy) es un protagonista hermético y reservado sin ser antipático o distante con la audiencia: uno puede ver las heridas emocionales e inseguridades que tiene, sobre todo conforme se va abriendo con sus padres y con Harry. Claire Foy (Women Talking) y Paul Mescal (Aftersun) son tan buenos como siempre y lo complementan muy bien en este viaje emocional.
Sin embargo, el más sobresaliente del elenco secundario es Jamie Bell (Without Remorse), quien casi se roba la película con la plática más conmovedora, en la cual un hombre chapado a la antigua con muchos pensamientos machistas deja al descubierto su amor, arrepentimiento y miedos frente a la perspectiva de tener un hijo homosexual, todo lo que nunca se pudo hablar en vida. Hay mucho que él y Scott dicen con pocas palabras, con miradas. El subtexto en sus voces frente a preguntas difíciles la convierte en una escena que puede resonar con quienes hayan crecido en un ambiente conservador y hayan vivido (o se hayan imaginado) la experiencia de salir del clóset frente a un padre con una idea muy cuadrada sobre lo que es la masculinidad. En mi caso revivió muchos momentos con mi papá en tan solo unos minutos.
Lo irónico de la película de Haigh es que para tratarse de la historia de un guionista, su guion nunca termina por cerrar del todo sus temas: además de la ya mencionada ambigüedad sobre qué es cierto o no, el cierre es un tanto tramposo y trata de dar un giro inesperado que rompe un poco con el mensaje dado apenas unas escenas antes. El romance de Harry y Adam curiosamente también termina siendo el aspecto que menos encaja en la historia, pues su desarrollo se siente un tanto ajeno al arco con los padres, quienes tienen secuencias emotivas con las cuales ya se cubren temas que se sienten un tanto repetitivos cuando volvemos con la pareja de enamorados. Hay un discurso interesante sobre las diferencias generacionales entre ambos personajes, pero se queda un tanto en lo superficial.
Incluso con esto en mente, los hallazgos de Todos somos extraños sobre las barreras emocionales que ponemos como mecanismo de defensa y las fantasías de las posibilidades no cumplidas pueden resonar con muchos, sobre todo aquellas personas queer que se vieron privadas de una infancia y adolescencia en la cual pudieran ser ellas mismas. No es el trabajo más pulido de Haigh, pero ciertamente es bastante ambicioso, y quienes sean fanáticos de Weekend y Looking verán muchos temas en común que disfrutar en él.
“Todos somos extraños” o “All of Us Strangers” formó parte del Festival Internacional de Cine de Morelia 2023.